FIEBRE DE LA IA Y EL DESARROLLO DE LA INFRAESTRUCTURA

MAR, 15 / JUL / 2025

La fiebre actual por la inteligencia artificial, impulsada por chips de alto rendimiento y centros de datos gigantescos, está redefiniendo la economía global, el consumo energético y la geopolítica. Este informe expone cómo la infraestructura, los recursos físicos y la soberanía digital se entrelazan en esa revolución.

Autor: Claudio Botini

Infraestructura y carrera corporativa

Desde la irrupción de los modelos generativos, la demanda de potencia de cálculo se disparó y concentró en unas pocas firmas que controlan el diseño de GPU, la fabricación de servidores y la logística de los grandes clústeres.

Nvidia, convertida fugazmente en la empresa con mayor capitalización bursátil, simboliza el nuevo “pico y pala” de la era digital, mientras Dell, HPE y Arista Networks, tejen el resto del ecosistema con racks, redes de baja latencia y sistemas de refrigeración.

A su alrededor crece una cadena de valor que abarca desde litografía avanzada hasta fideicomisos inmobiliarios como Equinix y Digital Realty, dueños del suelo donde se montan los centros de datos.

El auge no se limita al hardware propietario; la arquitectura Transformer y la publicación de pesos o parámetros abiertos de modelos como LLaMA, Mistral y Falcon, aprendidos durante el entrenamiento que, al ponerlos a disposición pública en repositorios como Hugging Face, cualquier persona o empresa puede descargarlos, cargarlos en sus propios servidores y reutilizarlos sin tener que volver a entrenar el sistema desde cero. Esto habilita que los desarrolladores hagan fine-tuning —es decir, que ajusten esos pesos con datos propios para tareas específicas— y alimenta el ecosistema de software libre.

La única barrera real sigue siendo contar con la potencia de cómputo necesaria para ejecutar modelos tan grandes. Así, el negocio estratégico migra de las aplicaciones vistosas al dominio de la infraestructura profunda que sostiene la inteligencia artificial.

Desde 2023, por momentos, Nvidia pasó a ser la empresa más valiosa del mundo y la estrella de los mercados de acciones, en base a la exorbitante necesidad de chips que ella fabrica y que son usados para el funcionamiento de los modelos de IA.

Costo físico y ambiental

Cada GPU tope de gama puede consumir más de 1 200 vatios, y clústeres con decenas de miles de unidades elevan la demanda energética a niveles similares a los de un país industrializado. La Agencia Internacional de la Energía anticipa que los centros de datos superarán los 1 000 TWh anuales en 2026, el doble que en 2022.

Ese torrente de electricidad se transforma en calor, obligando a implementar desde contención de aire y evaporación hasta inmersión líquida o enfriamiento directo al chip. El uso intensivo de agua dulce agrava la presión sobre acuíferos, lo que impulsa soluciones como la instalación de complejos en climas fríos o incluso propuestas submarinas.

Con el límite impuesto por las redes tradicionales, Microsoft y OpenAI planean alimentar su megaproyecto Stargate con reactores modulares pequeños, mientras Amazon invierte más de 20 000 millones de dólares en Indiana para su Proyecto Rainier y recurre a chips propios Trainium 2, menos potentes pero más eficientes por watt.

Energía, agua y territorio se vuelven el cuello de botella real de la expansión de la IA.

Estructura general de un centro de datos para IA, donde la electricidad y refrigeración son los puntos clave para el buen funcionamiento en el tiempo de los equipos instalados.

Geopolítica y soberanía digital

El control de la cadena de valor se concentra en los “Siete Magníficos”: Nvidia, Microsoft, Alphabet, Amazon, Meta, Apple y Tesla, cuyos recursos financieros, datos y talento les permiten fijar las reglas del juego global.

Frente a esa concentración, surge la doctrina de la IA Soberana: países como India, Francia o Emiratos construyen supercomputadoras nacionales y desarrollan marcos regulatorios propios para evitar dependencia tecnológica.

La competencia adquiere tintes de guerra fría entre Estados Unidos y China, donde el liderazgo en chips avanzados y modelos de lenguaje se interpreta como un activo estratégico equiparable al petróleo.

Iniciativas colosales como Stargate, previsto para 2028 y concebido para albergar millones de procesadores especializados, ejemplifican cómo la infraestructura digital se convierte en instrumento de poder estatal tanto como corporativo.

En este escenario, la brecha Norte-Sur se profundiza: mientras América Latina y África casi no poseen clústeres de alto rendimiento, el talento migra hacia los polos donde la capacidad de cómputo es abundante.

La lucha por democratizar la inteligencia artificial frente a su centralización, por evitar una burbuja de expectativas y por compatibilizar innovación con sostenibilidad, definirá la próxima década del desarrollo tecnológico.

Según una investigación de la Universidad de Oxford, más del 90% de los centros de datos de IA están en manos de empresas de EE.UU. y China, y se ubican casi exclusivamente en el hemisferio norte.

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