Cuando se perpetra un crimen informático de grueso calibre, ellos llegan instantáneamente al lugar de los hechos y mediante minuciosos procedimientos de cómputo forense logran descubrir a los responsables: conozcan al experto detrás de Mattica, la primera empresa latinoamericana dedicada exclusivamente a las investigaciones digitales.
¡Qué buen marco para arrancar esta nota! Ayer nomás Euguene Kaspersky nos hablaba de lo dificil que será proteger de lleno a la Internet de ataques informáticos si los gobiernos dedican su atención a otros menesteres. Esto es, un gurú de la industria preocupado porque sabe que ni siquiera el mejor de sus productos paquetizados puede frenar el avance del malware en el mundo. Ni siquiera metiendo a Jackie Chan dentro del sistema.
Frente a esta situación existe otra manera de intentar resolver el asunto, y es casi inversa. Si no podemos evitar que los delitos vengan hacia nosotros, ¡vayamos nosotros hacia ellos! Pero atención, no es que seamos kamikazes y les recomendemos dejar sus computadoras abiertas a merced de estos especialistas del fraude, claro que no. Lo que decimos es, si ya se cometió el crimen y no pudimos evitarlo, salgamos a buscar a los responsables en vez de llorar.
Y claro, de esto sabe muchísimo Andrés Velázquez, un mexicano de 31 años que hoy es la cara visible de un proyecto interesantísimo sobre cómputo forense denominado Mattica. La semana pasada abrieron sus unidades de negocio en la Argentina y RedUSERS no quiso perder la oportunidad de conocer más sobre esta tendencia en seguridad informática que parece, será una de las corrientes a seguir más poderosas.
Para empezar ¿qué es el cómputo forense? Andrés lo explicará en términos sencillos: “No hacemos seguridad, ni vendemos paquetes: somos los CSI de las computadoras. Hay un incidente, llegamos, retiramos la computadora e iniciamos la investigación para saber desde dónde vino el ataque y quién lo realizó”.
Para eso, Mattica posee complejas herramientas de software diseñadas in house que le permiten realizar múltiples prodecimientos de peritaje: “Si alguien cometió fraude por medio de un USB -robó información a una empresa, por ejemplo- nosotros somos capaces de identificar la marca del producto, a qué hora fue conectado, cuál es la información que sustrajo y a qué hora fue desconectado”.
Pero no todo es tan sencillo como parece en el mundo del cómputo forense. Hay hackers que son capaces de destruir todo lo que está a su paso: “En una oportunidad llegamos a una escena en una institución financiera y el equipo hackeado no pasaba del bios, no cargaba nada del sistema operativo. Estuvimos casi seis meses reconstruyendo todos los datos para identificar a un hacker coreano. Para eso tuvimos que burlar la incriptación, un trabajo tedioso y lento. Lamentablemente el sujeto no fue apresado”.
Y es aquí donde está la otra pata de la cuestión. Legalmente, los delitos informáticos no están bien contemplados y muchas veces, por falta de una normativa coherente, no existe forma de condenar a los culpables. De esto también se ocupan en Mattica, ya que junto a ellos trabaja un gran grupo de abogados especialistas en delitos informáticos cuya tarea es orientar a las víctimas para hacer justicia en las cortes.
“Lo que hacemos es, a partir de lo que existe legislativamente, llegar a entender lo que sucede: si es fraude no importa si es a través de medios físicos o digitales, debemos concientizar a los legisladores para que hagan la reforma y condenen en consecuencia”, comentó Velázquez. Esto es más o menos lo que nos decía Eugene Kaspersky con respecto a la moralidad del robo informático: si no me tocan la billetera o me pegan un palazo, no es tan grave. Pero la realidad es que se necesita un nuevo marco legal y una conciencia más responsable en los usuarios.
Sucede que, al momento de hablar sobre castigos por delitos informáticos, el mundo es bastante impreciso. Por un lado tenemos a China que condena a muerte a quienes vulneran un servidor, después está Australia, donde al robarse datos de un servidor se culpa al administrador por ser el responsable de ofrecer ese servicio, y en América Latina, bueno, si alguien toma un mouse y le da en la cabeza a alguien y lo mata, se caratula como delito informático, pues se utilizó la computadora para matar. Increíble ¿verdad?
La visita de Andrés Velázquez a la Argentina no sólo tuvo la excusa de abrir operaciones comerciales en el país sino también reunirse con autoridades gubernamentales de varias provincias para comenzar acciones en conjunto (estuvo conversando con el ministro de Seguridad de Tucumán, también pasó por Misiones) y hasta con la Policía Federal, de la cual habló muy bien.
“Me llevé una grata sorpresa: la Policía Federal de Argentina es la primera organización gubernamental que tiene una unidad especializada en el tema de celulares, que también es una materia central de lo que estamos hablando. El celular es el dispositivo más personal que existe, y ya es posible recuperar mensajes de texto borrados que pueden ayudar como un indicio. Por ejemplo, recuperar los mensajes o llamados que se realizaron en el celular de la víctima momentos antes del crímen puede ayudar a esclarecer la situación”, deslizó.
Según su opinión, a través de esta metodología también se podrían resolver casos de adulterio, algo que penalmente no es perseguido en América Latina y que es la principal causa de divorcio en la región.
Llegados a este punto culminante ¿es mejor prevenir que curar? Dudoso interrogante si los hay. Por un lado, tenemos los antivirus que, como está visto, no siempre funcionan como deben. Por el otro, tenemos a los forenses informáticos, que son capaces de encontrar a los delincuentes, pero muchas veces no cuentan con el soporte legal necesario para encerrarlo y además, comienzan a operar cuando el crimen fue cometido. Entonces ¿estamos perdidos en materia de seguridad informática? Seguramente no todo se fue al demonio todavía. Las ideas de Kaspersky son una clara muestra de ello. Quizás lo más seguro por el momento sea unificar estas dos tendencias y que los gobiernos tomen la posta, de una vez por todas, en la cuestión.
Por Leandro Piñeiro